miércoles, 5 de mayo de 2010

Señor Wafles Mc Flops, un delmer muy fifí.

Wafles, como todo en nuestras vidas, llegó en dudosas circunstancias. Mateo se había mandado mudar al cielo de los perros (para aquellas visitas nuevas del blog, la historia está ACA) dejando nuestros corazones rotos y nuestros ánimos por el piso. Un día, mi querido cuñado/hermanoadoptado Huguito, me manda por mail las fotos de los nuevos cachorros del matrimonio de Aris y Laika, propiedad de los papás de Horacio... y me dice Huguito, como quien no quiere la cosa “fijate en este..se quedó en casa, pero mamá le quiere reubicar porque ya son muchos (son 5)” y miré la foto de un señorito que me miraba con ojos de foca y orejas demasiado grandes para su cabeza. Le pregunté a Horacio que pensaba y me dijo: “no sé.. es demasiado pronto, vamos a ver”. Yo muy seria le dije: “tenés razón, vamos a estar mal de la cabeza si ahora volvemos a traer un perro a la casa, dejemos pasar mas tiempo, es lo mejor”. Y claro, pasó un mes y fuimos a Posadas de visita. Y conocimos a Wafles, que en ese momento no respondía a ningún nombre. Dos días y volvíamos a Asunción con la bola de pelos metida en un cajoncito de cartón.

Por supuesto, ni siquiera terminamos de pasar el puente y el cuadrúpedo comenzó a mostrar parte de su naturaleza poco común: empezó a vomitar tanto que me preguntaba si tanta comida podía caber dentro de algo tan chiquito. Yo, desesperada delante de la perspectiva de que otro perro se nos muera en menos de seis meses y, para peor, en medio de la ruta, le gritaba a Horacio “YAHORAQUEHACEMOS!?? SIESTESEMUEREMEMUEROYOTAMBIEEEN!!”. El respiró hondo y se pasó el resto del viaje contorsionado en el asiento con la mitad del cuerpo en la parte de atrás, hablándole a Wafles, que se tranquilizaba cuando se le tocaba y vomitaba menos. Y créanme, nuestro autito no es exactamente un mar de espacio. La vista general daba la impresión de un auto de payasos, cargado hasta el tope, con un tipo con una mitad del cuerpo delante y otra atrás y una maniática pegada al parabrisas, yendo a todo lo que daba. Llegamos bien.

Wafles se posicionó de entrada como el rey y señor de la casa. No hace caso a nadie que no se dirija a el como “Señor Wafles”, hasta que te ganes su confianza, claro, ahí es cargoso hasta el cansancio. Cansancio tuyo, claro, porque el no se va a cansar jamás de pedir que le alces upa y de lamerte. Meses después llegó Gardel (voy a contar su historia en un post próximo) y Wafles, cuatro veces más chico en tamaño, y sin estirpe aristocrática, fue el Alfa desde el principio y sin dudar. Verles juntos es como mirar a Pinky y Cerebro. No hay destrucción perpetrada por Gardel que no esté orquestada por el cerebro de la organización, que viene y sin asco por su traición, te mira con los ojos más grandes y húmedos que hayas visto, con cara de “mirá lo que hizo, es un bruto...para eso trajiste a este grandulón?”.

Wafles es mezquino, si les das huesos a los dos, deja el suyo tirado para ir a sacarle a Gardel de la boca el que tenga, espera que el angurriento coma todo y recién ahí se pone a comer, pedacito por pedacito, mientras el grandote le mira con cara de muerto de hambre…y mastica 100 veces, presumiendo de tener comida que el otro ya terminó. Es muy bueno yendo a buscar la pelotita cuando le tiras, solo que piensa que todos quieren robarle sus pertenencias y apenas agarra el juguete, sale a correr como si su vida dependiera de eso, así que ahí termina el juego.

Es un pésimo ladrador, suena como un caniche histérico. Si llegara a entrar un ladrón a nuestra casa y dependiéramos de el para que nos proteja, estamos fritos, a no ser que el malviviente sea alérgico a la saliva de perro y caiga lamido a muerte.

Es atorrante, al punto que estoy convencida de que dentro suyo, el cree que es un lord inglés. Pone cara de asquito cuando le invitás algo y lame con lamiditas mariconas, delicadas. Se pone nervioso si se le mojan las patas en el pasto húmedo. Se sube al sofá sin permiso y cuando le retás, te mira muy orondo con cara de “que?.. no puedo?” Cada vez que se sube al auto se pone verde y mueve su cabeza como si estuviera en un barco, pero por lo menos ya no vomita.

Pero es lindo a reventar. Y esta rotundamente enamorado de nosotros, así como nosotros de el. Sabe cuando lloro, porque viene y se sube a mi regazo para consolarme. Fue el que sanó nuestro corazón de la pérdida de Mateo, y es el que llena los días de risa y de anécdotas que darían para un blog propio. Y sobre todo, necesita de nosotros. De nuestro cuidado, y de nuestra atención. Y eso, me da la impresión, nos hace un poquito mejores.


4 comentarios:

Rocío dijo...

Mi vida! yo también me enamoré de él!

Dyrly dijo...

Hola Pao!! me encantooo la historia del Sr. Wafles... me encanta como escribis... parece que te veo todo al leer jejej... besos!

Anónimo dijo...

Paolette querida!!!! Me encantó!!!!
Solo que no voy a perdonarte que no me hallas notificado ni su llegada ni la de Gardel hasta no se cuanto tiempo después.

Besos amiga!!! Te quieroooo

Mirtha Graciela Yorkies. dijo...

Que cosita más divina !! El Sr. Wafles es un encanto total, esa carita que tiene llena de la más inmensa de las dulzuras.
Cariños....

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