jueves, 23 de mayo de 2013

Cruzar el puente

Llega un momento en la vida en que tenemos que aprender a pasar al próximo nivel. Es complicado y esta no es una apología de la adultez ni pretende ser. Pero la realidad es que uno no puede quedarse en la niñez para siempre.

Cuando somos chicos, con conocidas excepciones, tenemos adultos que cuiden de nosotros. Tenemos la salud protegida, la mesa servida, el sueño guarecido, los derechos garantizados. Gozamos un tiempo en el que tenemos permiso de hacer pataletas cuando no entendemos algo o de clamar con angustia que la vida "es tan injusta" hasta el hartazgo de quienes nos escuchen.

Recuerdo en colores el día que una tía muy querida me pregunto cuando llegaba a su casa para almorzar como me había ido últimamente. Yo suspiré desde lo mas profundo de mi ser y le contesté: "tía, no es fácil ser yo". Tenía diez años. 

Hoy me muero de risa y de vergüenza por la carga absurda de dramatismo de mi expresión, de las cuales tenia muchas y muy semejantes. No tenía idea. Mis papás ni siquiera se habían divorciado cuando eso. No tenía idea.

Por supuesto que llegó la adolescencia y sus momentos traumáticos. Pero todos, absolutamente todos pasamos por esos bochornos e inseguridades de las que solo algunos hacen gala llevando en la solapa. Los adolescentes perfectos, sin mácula, sin conflicto, no existen.

Y finalmente y a tropezones, entramos a este limbo raro de la adultez. Porque no esta muy claro cuando exactamente es que nos graduamos de adultos. Es curioso como en estos años pasamos por celebraciones que requieren togas, birretes, diplomas, vestidos, trajes. En realidad estamos celebrando haber atravesado la parte mas fácil de nuestras vidas. Pero no tenemos idea.

Hoy más que nunca estamos rodeados de hordas de adultos renegados. Eternos niños. Revolucionarios de escritorio que enarbolan su esfuerzo y flamean la bandera del sacrificio cuando simplemente están desempeñando las funciones para las que se les contrata o cumpliendo los roles en los compromisos que adquieren. Ser adulto no significa vivir amargados y ceñidos a la rueda eterna del empeño, pero tampoco significa que podemos perpetuarnos en la niñez y esperar una ovación por hacer lo que simplemente nos corresponde hacer. Y no solamente en el mundo laboral. 

Quejarse porque uno trabaja es triste, usarlo como argumento es lamentable. Erigirse en mártir porque uno se esfuerza para lograr lo que sea que se propone le quita todo sentido de valor. Necesitamos cerrar círculos y aprender a pasar a los próximos niveles. Ser adulto representa saber quien sos, sin necesidad de aplausos que te afiancen, sin inseguridades. Es saber lo que queremos y cómo llegar a eso a sabiendas de que va a costar y que por lo mismo quizás lo valoremos más.


Odiaría que pase el tiempo, raudo, imperdonable como siempre y me encuentre llena de arrugas, con el pelo blanco y aún sin entender cuando debía haberme dispuesto a actuar como una persona plena, madura y hacerme cargo de lo que esté en mi proverbial plato. No es fácil decidirse a cruzar el puente entre la comodidad y el crecimiento, pero después de todo, cuando somos niños todavía no tenemos idea de lo queremos, verdad?
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