domingo, 6 de julio de 2014

Si la vida te da limones..

En el patio de mi casa tengo un limonero. Es un árbol viejo, que está ahí desde mucho antes que nosotros, y que creció medio torcido y da la sensación de que está a punto de caerse en cualquier momento.

Se cayó, de hecho. Un día, un tiempo después de que nos mudáramos a vivir en la casa, el árbol comenzó a dar frutos. Muchos limones. Tantos limones que no teníamos idea de qué hacer con ellos, y que dábamos a los amigos y familia que nos visitaba en bolsas rebosantes. Pero aún así el limonero seguía dando enormes limones llenos de jugo y doblando el árbol con su peso.

Hasta que un día, el árbol amaneció caído. No enteramente, pero una parte de el colapsó bajo el peso de tantos limones. Me dio mucha pena, porque estaba segura de que el árbol iba a morir. Y yo no soy particularmente conocida por mis habilidades hortícolas, así que el hecho de que tengamos un limonero vivo y dando fruto bajo mi cuidado era un verdadero milagro. Qué curioso, morir de fructífero, de próspero, de dar tanto fruto, verdad?

Entonces el esposo, machete en mano y aires de leñador, procedió a podar el árbol y quitar las ramas caídas. Decenas de frutas rodaban por el pasto y por el piso, y terminamos ese día llenando diez bolsas de limones gordos y pesados. Dí por contados los días del fiel limonero.

Pero entonces algo pasó. Pasaron algunas semanas y de repente comenzaron a salir flores blancas, chiquitas y fragantes en los muñones del árbol valiente. Y seguro como la luz del día, comenzaron a crecer nuevos frutos. Yo sé que puede sonar exagerado, pero racimos de limones crecían en lugar de uno solo en cada rama.

Esta ocasión tuvimos el doble de limones, al punto que nos malcriamos. Si queríamos limonada, era cuestión de salir al patio y estirar el brazo. Lo mismo para condimentar la comida, para cocinar, para tomar tempranito con agua caliente, para presumir del fruto de nuestra cítrica abundancia. Hasta hoy.

Hoy no hay un limón más. Ni uno solo. Me paré mirando fijo al árbol torcido y viejo que durante todos estos años nos dio hermosos frutos sin pedirnos absolutamente nada y tuve un arranque de agradecimiento y valoración. Difícilmente valoramos la abundancia cuando tenemos, porque nos acostumbramos rápido a la prosperidad. Es como que damos por sentado y por hecho cuando recibimos, y se vuelve tan rápido parte de nuestra vida que nos olvidamos cómo era vivir sin eso.

Y dí gracias por los limones y los momentos felices que nos dio ese modesto árbol. No quiero -dije- vivir dando por sentado la abundancia  que encuentro en las cosas más simples.

Y saben qué? entonces, cuando me di vuelta para entrar a la casa, vi en las ramas de arriba -chiquitas, pero firmes- un montón de florecitas blancas.


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