martes, 1 de marzo de 2016

De actualizaciones, la vida y un bol de pomelo

Gran porcentaje del contenido de este blog descansa en la figura del esposo, que año tras año ha proveído concienzudamente -y a veces no tanto- a que se sostenga esta colección hilarante de historias que testifican este período de mi vida.

El otro día una muy amable lectora se preguntaba, arrobándome en Twitter: "qué habrá pasado de ña Pao de #casadayviva?". Yo recibí la mención y le respondí, muy agradecida de que alguien recuerde este modesto espacio de escritura: "sigo ambas cosas. Saludos". Y es que esa era la respuesta más fehaciente de la que fui capaz en ese momento. Estoy casada, estoy viva. A veces quizás con la impresión de una cosa más que la otra, pero uno sigue. De eso se trata la vida, sospecho.

En síntesis y para ponerles al día desde el último posteo de setiembre: terminamos el año a tumbos, cerrando un compromiso laboral de mi parte que requirió todas las energías que poseía y quizás hasta un poco de las de quienes más de cerca me rodeaban. El esposo, como siempre, con su trabajo de publicista, lo cual le apasiona y le llena.

Y hablando de llenura, no sólo era la carrera del esposo la llena. También los pantalones, shorts, remeras y camisas comenzaron a verse especialmente rebasados a eso de diciembre pasado, llegando a límites ligeramente alarmantes. El acabóse llegó de boca misma de mi presidente, quien declaró luego de verse en una foto: "estoy muy gordo", con lo que finalmente se procedió al inicio de la "operación desinfle" que se encuentra en pleno apogeo actualmente.

Ahora, toda esposa que se precie sabe que no hay muchas probabilidades de éxito en ningún régimen de alimentación saludable que no incluya a todos los habitantes de un hogar. Es una cuestión matemática. Mientras más división de menúes haya,  existen menos posibilidades de que el que está a dieta permanezca en ella. No tiene nada que ver con machismo, es una realidad que simplemente se da así.

Entonces, si el esposo tiene que comer un bol de pastito con cartón corrugado al lado y yo me siento con una pizza chorreante de queso, la dieta del esposo va durar exactamente el tiempo que le tome tirar su pasito y cartón a la basura y agarrar mi pizza. Se debe presentar un frente unido en pos de alcanzar la victoria. Así que con la frente en alto y las cabelleras al viento (quizás no tantas cabelleras, yo me corté el pelo corto y el esposo es pelado) procedimos a iniciar el plan alimentario con un moderado éxito que ya arrojó el nada despreciable resultado de casi 5 kilos perdidos por mi estimado -y que espero no vuelva a encontrar-.

Para hacer sustentable este estilo de vida, debe haber en todo tiempo todo tipo de alimentos saludables en la heladera, a disposición del susodicho y de mi persona. Por lo mismo, y entre la variedad de fruta y verdura que había, se preparó un bol grande de pomelo en gajos. Todo peladito y sin semillas, listo para comer en porciones en el desayuno o la merienda. Este tipo de preparación lleva tiempo y es tedioso, pero por lo menos te obliga a comer, porque ya no hay que hacer esfuerzo, está todo listo.

Así, muy complacida estaba yo con mis preparativos, que me librarían de dos días de preparar fruta para el desayuno o la merienda, y pensando en mi inicio de mañana con pomelo, viéndome el sábado al amanecer, poniendome la ropa deportiva, desayunando mi fruta con una jubilosa sonrisa en la cara y levitando con la brisa hacia mis ejercicios matutinos cuando entro a la cocina y encuentro el horror:

El inmenso bol de pomelo. Vacío.

Vacío.

Nada de pomelo.

Nada de nada.

Solo un bol sucio para lavar.

La furia de los jinetes del Apocalipsis se apoderó de mi ser y marché al cuarto donde el bello durmiente se desperezaba y le espeté escupiendo espuma por la boca: "VOSTECOMISTETODOELPOMELOQUEPREPARE?!". El individuo supo entender que tocó un nervio no habitual, porque ofreció disculpas de inmediato y restituir el pomelo, yendo a comprar nuevamente la fruta. Yo solamente veía que se movía su boca, más que eso, un sordo silencio de radio. 

No entra en mi cabeza como puede alguien pensar que un bol entero de algo es para su entera consumición. No puedo comprender como uno puede apropiarse completamente de una olla, que por sí evidencia la colectividad del alimento preparado. Pero creo que es la metáfora de la cuestión la que me generó tanta histeria que debí sentarme y escribir estas líneas para compartir mi indignación con quien quiera leer.

El mencionado consorte ha prometido solemnemente no volver a incurrir en un acto de semejante abuso y egoísmo, pero yo me quedé mirando el bol vacío y pensando en la respuesta que le di a la amable lectora, preocupada por mi ausencia en este espacio:

"Casada y viva. Sigo ambas cosas"


Apenas, a veces.
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