Considerando lo mucho que me gusta esta época del año (quitando el calor
espantoso que nos azota), hay algo que realmente me pone nerviosa cuando llega
este mes: las comidas de fin de año.
Por supuesto no estoy hablando del acto de comer. De eso soy fanática
ayer, hoy y siempre. Estoy hablando de las cenas, almuerzos, meriendas,
cocteles, etc. de fin de año que celebra hasta la asociación de señoras que se
encuentran en la sección verdulería de tu Super. Todo el mundo siente una
extraña compulsión de juntarse a brindar y compartir en el mes que de por sí es
el más ocupado del año.
Porque, estadísticamente comprobado, diciembre es el mes con mayor
actividad. No solo están las graduaciones varias –que ahora hay desde
Preescolar. Que alguien me explique cómo beneficia a los chicos ponerles togas
y birretes de cartulina para celebrar que el año entrante van a enfrentar 12
años de educación elemental, porque no entiendo.- también la gente decide
casarse en masa y aparentemente hay más cumpleaños de los que pudiéramos llegar
a necesitar (incluyendo el mío y el del esposo). Sumémosle a esto que desde el
1 de diciembre la gente empieza a
comportarse en la calle y el tráfico como monos liberados de sus jaulas y
confiados con máquinas sofisticadas como autos o biciclos y no hay tiempo ni
forma de respirar.
Llegó el momento en que tuvimos que ir a compartir el almuerzo de fin de
año de mi trabajo. No quiero que malentiendan, estoy muy contenta de poder ir a
compartir con mis compañeros y demás, pero existe esa presión de saludar a los
jefes y tratar de que no se te caiga un bocado del plato frente a ellos, de
aceptar que tu mesa no se llene porque todos se sentaron en otro lugar y estresarte porque nadie quiere ser la “mesa
aburrida”. Ya saben… como, no saben? O sea yo soy la única que piensa estas
cosas? No importa.
En síntesis, pasado el almuerzo, nos levantamos para retirarnos con el
esposo que estaba a punto de salir disparado por el techo porque quería ver El
gato con botas –ya sé…ya sé- y salimos rumbo al estacionamiento cuando
encontramos que… la fila de autos frente al nuestro cerró el paso para todos. A
nadie se le ocurrió que la gente pudiera necesitar salir, asi que estacionaron
todos cerrando por completo la salida para toda una fila de autos. Podría argumentar
todo tipo de cosas, desde la desconsideración por el prójimo, hasta el
egocentrismo de que sólo me importe mi tiempo y no el del otro que deba salir y
se encuentre con este aprieto y mucho más. Pero después me acuerdo;
Diciembre=monos en la calle. Así que partimos junto al guardia que controlaba
la entrada y le comunicamos nuestro dilema. La respuesta?:
“Y no se yo, no es mi culpa”
El esposo, firme pero con los ojos destilando irritación, le preguntó si
que podríamos hacer al respecto, porque necesitábamos salir cuanto antes. El sujeto
hace una cara, y señores, SE AGARRA EL PAQUETE* y le responde sin mirarle:
“Ya te dije que no sé. No es mi trabajo eso. Ya hubo luego un kilombo en
el frente con la gente que entró todito junto” (sic)
Acá, definitivamente, el hombre en cuestión está siendo grosero
innecesariamente con gente que era invitada del lugar. Pésima imagen, tanto de
la empresa de seguridad como del club.
El esposo empieza a romper su remera en el inicio de su transformación
en Hulk, conmigo flameando colgada por su espalda detrás, rogándole moderación,
y le dice “vos sos la cara de este lugar, lo mínimo que podés hacer es
ofrecerte a ayudar para solucionar esto. Estás haciendo un pésimo trabajo,
decime tu nombre y apellido”. Y les ruego que se sienten, porque esto es lo que
pasó.
Esta impresentable imitación de trabajador SE VUELVE A AGARRAR EL
PAQUETE, levanta la cara con un gesto de escupir y le dice “y para qué gua´u?
pssssss”
Ahí yo me encomendé a Dios y rogué tener suficiente para pagar la fianza
del esposo que estaba completamente listo para enseñarle modales a este
impertinente que sin razón alguna estaba comportándose como un troglodita
frente a nosotros, cuando sale uno de mis jefes. Salvada. Gracias Señor. El
esposo respira y va en busca de ayuda y yo parto mortificada detrás, con el espécimen
ése mirándome con ojos de avestruz en celo. Esto tuvo que ser una broma de los
chicos de Producción del canal, estoy segura.
El final de la historia fue con el esposo yendo a informar a los
supervisores del lugar de la penosa actuación de alguien que efectivamente era
la única cara del lugar. Y yo pensando cuanto nos falta entender que el tener
un puesto de trabajo no justifica ni es razón para comportarnos en el ámbito
laboral como perfectos imbéciles, lo lógico sería hacer el trabajo con
excelencia, porque si te tocó trabajar en feriado mientras los otros descansan,
no es la culpa de los demás, no?. Si este chico perdió su trabajo por causa de
nuestra queja, quizás alguien que valore lo reciba en su lugar. Y que no tenga
una extraña compulsión a agarrarse las partes privadas en frente a los
visitantes de su empleador.
Y el esposo fue a ver El gato con botas, con su mejor amigo. Le gustó.
*si necesitás que explique qué es esto, creo que no tenés edad para que
te lo explique.
-A pedido de varios, el club donde sucedió la historia es Rakiura. Y si encuentran a un guardia de seguridad que se llama Gustavo y tiene cara de odiar su trabajo, corran. O tapen los ojos de su familia.
-A pedido de varios, el club donde sucedió la historia es Rakiura. Y si encuentran a un guardia de seguridad que se llama Gustavo y tiene cara de odiar su trabajo, corran. O tapen los ojos de su familia.
3 comentarios:
Buenisimo...
Asi mismo es .. aparte de la presion de ir compensando cada cena con alguna vuelta a Ñu Guazu para bajar de nuevo :)
ajajaja pao te re comprendo, me encanto el blog querida, y si hay algunos q todavia necesitan civilizarse, besos!
Me encanto tu post sobre paquetes de año nuevo tienes vena literaria saludos.
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