viernes, 9 de diciembre de 2011

Fiestas de fin de año y paquetes (pero no los que se imaginan)


Considerando lo mucho que me gusta esta época del año (quitando el calor espantoso que nos azota), hay algo que realmente me pone nerviosa cuando llega este mes: las comidas de fin de año.

Por supuesto no estoy hablando del acto de comer. De eso soy fanática ayer, hoy y siempre. Estoy hablando de las cenas, almuerzos, meriendas, cocteles, etc. de fin de año que celebra hasta la asociación de señoras que se encuentran en la sección verdulería de tu Super. Todo el mundo siente una extraña compulsión de juntarse a brindar y compartir en el mes que de por sí es el más ocupado del año.

Porque, estadísticamente comprobado, diciembre es el mes con mayor actividad. No solo están las graduaciones varias –que ahora hay desde Preescolar. Que alguien me explique cómo beneficia a los chicos ponerles togas y birretes de cartulina para celebrar que el año entrante van a enfrentar 12 años de educación elemental, porque no entiendo.- también la gente decide casarse en masa y aparentemente hay más cumpleaños de los que pudiéramos llegar a necesitar (incluyendo el mío y el del esposo). Sumémosle a esto que desde el 1 de diciembre  la gente empieza a comportarse en la calle y el tráfico como monos liberados de sus jaulas y confiados con máquinas sofisticadas como autos o biciclos y no hay tiempo ni forma de respirar.

Llegó el momento en que tuvimos que ir a compartir el almuerzo de fin de año de mi trabajo. No quiero que malentiendan, estoy muy contenta de poder ir a compartir con mis compañeros y demás, pero existe esa presión de saludar a los jefes y tratar de que no se te caiga un bocado del plato frente a ellos, de aceptar que tu mesa no se llene porque todos se sentaron en otro lugar y  estresarte porque nadie quiere ser la “mesa aburrida”. Ya saben… como, no saben? O sea yo soy la única que piensa estas cosas? No importa.

En síntesis, pasado el almuerzo, nos levantamos para retirarnos con el esposo que estaba a punto de salir disparado por el techo porque quería ver El gato con botas –ya sé…ya sé- y salimos rumbo al estacionamiento cuando encontramos que… la fila de autos frente al nuestro cerró el paso para todos. A nadie se le ocurrió que la gente pudiera necesitar salir, asi que estacionaron todos cerrando por completo la salida para toda una fila de autos. Podría argumentar todo tipo de cosas, desde la desconsideración por el prójimo, hasta el egocentrismo de que sólo me importe mi tiempo y no el del otro que deba salir y se encuentre con este aprieto y mucho más. Pero después me acuerdo; Diciembre=monos en la calle. Así que partimos junto al guardia que controlaba la entrada y le comunicamos nuestro dilema. La respuesta?:

“Y no se yo, no es mi culpa”

El esposo, firme pero con los ojos destilando irritación, le preguntó si que podríamos hacer al respecto, porque necesitábamos salir cuanto antes. El sujeto hace una cara, y señores, SE AGARRA EL PAQUETE* y le responde sin mirarle:

“Ya te dije que no sé. No es mi trabajo eso. Ya hubo luego un kilombo en el frente con la gente que entró todito junto” (sic)

Acá, definitivamente, el hombre en cuestión está siendo grosero innecesariamente con gente que era invitada del lugar. Pésima imagen, tanto de la empresa de seguridad como del club.

El esposo empieza a romper su remera en el inicio de su transformación en Hulk, conmigo flameando colgada por su espalda detrás, rogándole moderación, y le dice “vos sos la cara de este lugar, lo mínimo que podés hacer es ofrecerte a ayudar para solucionar esto. Estás haciendo un pésimo trabajo, decime tu nombre y apellido”. Y les ruego que se sienten, porque esto es lo que pasó.

Esta impresentable imitación de trabajador SE VUELVE A AGARRAR EL PAQUETE, levanta la cara con un gesto de escupir y le dice “y para qué      gua´u? pssssss”

Ahí yo me encomendé a Dios y rogué tener suficiente para pagar la fianza del esposo que estaba completamente listo para enseñarle modales a este impertinente que sin razón alguna estaba comportándose como un troglodita frente a nosotros, cuando sale uno de mis jefes. Salvada. Gracias Señor. El esposo respira y va en busca de ayuda y yo parto mortificada detrás, con el espécimen ése mirándome con ojos de avestruz en celo. Esto tuvo que ser una broma de los chicos de Producción del canal, estoy segura.

El final de la historia fue con el esposo yendo a informar a los supervisores del lugar de la penosa actuación de alguien que efectivamente era la única cara del lugar. Y yo pensando cuanto nos falta entender que el tener un puesto de trabajo no justifica ni es razón para comportarnos en el ámbito laboral como perfectos imbéciles, lo lógico sería hacer el trabajo con excelencia, porque si te tocó trabajar en feriado mientras los otros descansan, no es la culpa de los demás, no?. Si este chico perdió su trabajo por causa de nuestra queja, quizás alguien que valore lo reciba en su lugar. Y que no tenga una extraña compulsión a agarrarse las partes privadas en frente a los visitantes de su empleador.

Y el esposo fue a ver El gato con botas, con su mejor amigo. Le gustó.

*si necesitás que explique qué es esto, creo que no tenés edad para que te lo explique.
-A pedido de varios, el club donde sucedió la historia es Rakiura. Y si encuentran a un guardia de seguridad que se llama Gustavo y tiene cara de odiar su trabajo, corran. O tapen los ojos de su familia.

3 comentarios:

Mónica Guerra dijo...

Buenisimo...
Asi mismo es .. aparte de la presion de ir compensando cada cena con alguna vuelta a Ñu Guazu para bajar de nuevo :)

Rochisol dijo...

ajajaja pao te re comprendo, me encanto el blog querida, y si hay algunos q todavia necesitan civilizarse, besos!

Franck dijo...

Me encanto tu post sobre paquetes de año nuevo tienes vena literaria saludos.

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