jueves, 4 de enero de 2018

No me quiero olvidar

Hijo, anoche en sueños volviste a sonreír con esa sonrisa sin dientes, feliz, con la panza llena y el pañal seco. Tu contentamiento tan sencillo. Y no pude evitar pensar que es probablemente una de las últimas veces que lo haces.

Y es que cada vez lo haces menos, cada vez sonreís menos en sueños y dormís un sueño más de bebé que de recién nacido, más consciente que ya no estás en la panza. Y está bien, es lo que tiene que pasar.


Pero voy a extrañar inevitablemente esas cositas chiquitas de recién nacido que sumadas a ésta, estás dejando de hacer.


Los ruiditos, los gorjeos, tus agugus que están dando paso a sílabas y que insistimos en que sos un prodigio porque dijiste neh neh, por supuesto vos no tenes la menor de las ideas de qué significa nene, pero nosotros ya te vemos en la fila de graduación de Harvard.  Y así, cada día estás dejando un poco más las cosas de bebé y cumpliendo los hitos de crecimiento, y estoy agradecida por ver que te desarrollas, pero me aprieta el corazón de saber que hay cosas que ya no voy a volverte a ver hacer nunca más. Es agridulce el crecer.


Son seis meses que cumpliste, y en el proceso, fuimos vos y yo solamente, vos tomando la leche que yo estaba tan poco confiada de producir suficientemente. Y sin embargo pasó. Fluyó. No en el fluir simple de esas cosas que suceden y no te das cuenta, no. Fue duro, trabajoso, desesperante de a ratos y doloroso la mayor parte del tiempo. Pero fluyó y tu sola fuente de alimentación fui yo. Y en el proceso aprendí más del amor de Dios y de como busca ser nuestra única fuente de lo que aprendí en todos los últimos años. Fue una experiencia de humildad como pocas veces tuve.


Encontré que todos los clichés son ciertos, y que yo misma soy un cliché. Me encontré entendiendo esas frases tan gastadas que ya son chistes ("solo cuando seas mamá vas a entender", "todo el mundo tiene una opinión de como le tenes que criar a tu hijo", "cuando te despegues de el vas a pasarte pensando en cómo está" y tantas otras). Me encontré irremediablemente transformada por este proceso, para nunca más ser la de antes.


Encontré que el amor tan mentado del que hablan que existe entre mamá e hijo no aparece mágicamente el minuto que salis de la panza. Es uno que se cultiva y crece con cada día, cada renuncia, cada entrega y cada pequeño paso de crecimiento. Por lo menos es lo que me pasa a mi. 


Y entonces me siento, hoy, y me apuro a dejar por escrito lo que mi memoria va despacio traicionando; porque no me quiero olvidar, hijo, de como hoy día me necesitás, y como somos vos, tu papá y yo, un bloque y una unidad completa, que no requiere nada más. Hoy todo es simple, pero difícil, pero fácil, y fluye pero cuesta, pero funciona, en las eternas contradicciones de ser humanos. Mañana ya vas a necesitarnos un poco menos, pero está bien. Así tiene que ser. Entonces escribo, para no olvidarme como sos ahora.




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