lunes, 28 de marzo de 2011

Vida, muerte y fiesta.

Por parte de mi papá, somos gente del campo. El es un hombre que salió jovencito de su casa rumbo a la gran (?) ciudad, con el sueño de ser abogado y así ser el primer graduado universitario de su familia. Lo logró. Pero como las raíces de uno son casi tan fuertes como la sangre, el campo siempre estuvo dentro de el.. al punto que apenas pudo juntar el dinero suficiente, papá compró tierra y un puñado de animales que pudiesen convertirse en su heredad.


Uno de sus anhelos más grandes fue tener hijos varones a quienes enseñar la tradición y a quienes adiestrar en la cría de ganado, el manejo de una estancia y el cuidado de la tierra. En esto no se le cumplió el sueño: tuvo tres hijas. Yo siempre quiero pensar que Dios le dio hijas porque las mujeres queremos con el corazón, así que siempre va a tener tres mujeres dispuestas a amarle no importa lo que pase.


Y como el y mi mamá se divorciaron cuando yo tenía 11 años, nuestra vida quedó relegada al aspecto urbano. Nuestras visitas al campo fueron más esporádicas, y nuestros intereses se desviaron hacia otras cosas.


Mi cabeza, particularmente, estaba llena de pedos rosados, pensando que para los 25 años iba a ser el flamante reemplazo de Patricia Janiot en CNN en español. Claro, eso no pasó. Después soñé que iba a ser tan buena en radio que el propio Pergolini me iba a llamar y ofrecer un puesto en la Rock & Pop y por supuesto, eso tampoco pasó, pero todavía y sorprendentemente, me pagan por hacer radio. Me acuerdo como hoy cuando le anuncié con todas las ínfulas del planeta a mi papá que quería ser periodista. Sus gritos de histeria (él esperaba que yo fuese abogada, como él) solo eran sobrepasados por la gigante decepción que veía en su cara. Aún así, prevalecí, y el, aunque decepcionado, me aplaudió el día que recibí mi título en la UNA. Todos estos años supe que no soy lo que esperaba mi papá, desde el punto de no ser hombre.


Sin embargo, hace un par de años la sangre, que no es agua, empezó a vaciar mi cabeza de los pedos rosados y a meter ideas e imágenes bastante específicas. Cabezas de vaquitas, el cerro Ysaú que se levanta frente a la estancia de papá, el viento soplando fresco en mi cara, bosques de bambú que están cerca de un arroyito de agua helada, bailaban en mi cabeza y cantaban una canción que sonaba como una llamada para volver a casa.


Así que nos sentamos a hablar con el esposo, y después de llegar a un acuerdo, le planteamos a papá comprar animales para que nos los críe, y comenzar a involucrarnos más en la estancia. El estaba tan escéptico al respecto que tardó 6 meses en tomarnos en serio. Pero finalmente lo hizo, y el sábado marcamos oficialmente a nuestras 5 primeras vaquitas: Marta, Flora, Rosa y Graciela; la quinta todavía no tiene nombre porque acaba de nacer. Por primera vez ví orgullo en la cara de mi papá… mientras marcaba a cada una con mis iniciales me preguntaba si saqué la foto, o nos llamaba para que subamos y les toquemos. Estaba inflado como un pavo real. Fue un día de celebración de la vida.


Al día siguiente teníamos la fiesta de Aniversario de la Asociación de Jinetes de la estancia, así que era un día muy movido (son como fiestas patronales, con asado a la estaca, mandioca en bateas, bandita en vivo, animadores y hasta 1000 personas, entre curiosos y jinetes y amazonas invitados a desfilar y mostrar sus destrezas). Papá iba a montar a su caballo, Mariscal. Un caballo árabe blanco que, por falta de otras palabras para definirlo y con las disculpas del caso por la cursilería, no era otra cosa que magnífico. Los que se rían con el nombre tienen que entender que mi padre es uno de esos hombres machos de pelo en pecho; los nombres que les pone a sus animales son todos exponentes y representantes de hombría: Magnum, Centauro, Tyson (tiene un perro Tyson y un toro Tyson), y así.


Los caballos, si bien una de las especies más fuertes, son terriblemente delicados a la hora de enfermarse. Una enfermedad puede llevarse a un caballo en cuestión de una hora. Y Mariscal en la tarde del sábado empezó a desarrollar síntomas de cólicos. Todos desesperados tratamos de ayudar..el esposo le frotaba hielo en la frente tratando de que le baje la fiebre y mi papá trajo a alguien que le ponga suero, y después de un tiempo de espantosa preocupación, el caballo mejoró. Hasta relinchó un poco. La gente se relajó y se comió una oveja matada para la gente que estaba preparando la fiesta del domingo.


Y al día siguiente, me levanté para empezar los preparativos cuando salimos y encontramos a Mariscal, gris y respirando fuerte. No quiero contarles lo penoso que fue ni como mi papá recorrió despavorido los kilómetros que hacían falta para traer al que le daba los remedios. En una hora, el pobre caballo se desplomó en la tierra justo cuando su dueño llegaba con la ayuda que era demasiado tardía.


En la ciudad tenemos otro tipo de reacción ante la muerte. Buscamos forzar de todas las formas posibles las cosas y actuamos con pavor ante el desenlace. En el campo hay una especie de aceptación innata del ciclo de la vida y la muerte que, malentendida, parece desinterés. La gente ama a sus animales, pero también saben que son su alimento y su sustento. No hay pasmo en carnearlos, es simplemente el ciclo cumpliéndose. Mientras yo lloraba gruesos lagrimones por esa hermosa vida que se fue sin ton ni son, los hombres acomodaron al caballo y algunos fueron a buscar el tractor para llevárselo, el resto se levantó y volvió a las actividades para preparar la fiesta. Mi papá se retiró al fondo a buscar las herramientas para sacarle las herraduras a su espléndido amigo. Yo, sin saber muy bien qué hacer en estos casos, le seguí..


Cuando llegué junto a el me quedé parada, torpe, lagrimeando. Y el, en una movida no muy común para un hombre rudo, me abrazó y mientras me secaba la cara y yo veía con la más grande sorpresa del mundo como le corrían las lágrimas al hombre que yo comparo con Superman me dijo: “no llores”. Debe ser el momento de mayor cercanía que haya tenido con él hasta ahora.


La fiesta salió como se esperaba. El anfitrión sacó pecho y sonrió y compartió con todos. Montó a Magnum, mi favorito y hasta recibió un reconocimiento de parte de sus hijas en un discurso que hice con la voz quebrada.


Y hoy me siento después de enfrentarme con la jungla de tráfico, y de pelearme con un tipo que me pegó el vidrio por negarle plata, y de escuchar malas noticias en los medios como para toda la semana y para un ataque de histeria colectiva y pienso en la gente del campo, donde las malas noticias se aceptan con calma, porque saben desde lo más hondo que todo es parte de un ciclo.


Y saben qué? Creo que no van a pasar muchos días hasta que vuelva. No soy hombre, pero puedo aprender lo que mi papá me quiera enseñar.
Mariscal
*foto vía Daggmy

1 comentario:

Angélica Sánchez de Gavilán dijo...

Qué hermoso! Lloré.. casi pude aguantarme.. pero no lo logré. Me pasa algo similar, Mi papá se enojó muchísimo cuando me inscribí al cursillo de ingreso de la UNA, trató de convencerme de que la carrera de Derecho me iba a servir para el periodismo (lo cual es cierto pero no me interesaba estudiar Derecho antes) y que me iba a dar de comer y eso, tuve que ser muy firme porque casi me estaba imponiendo seguir sus pasos. Hoy tengo el desafío de demostrarle que uno puede sobrevivir y hasta vivir bien haciendo lo que ama, y que todo lo que hizo cuando era una niña, fue suficiente para que me maneje bien en la vida. Estoy segura que tu papá se da cuenta de lo buena que sos para lo que hacés, y está muy orgulloso de vos!

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