viernes, 11 de marzo de 2011

No hay ley que ampare al estúpido.

Muchas veces escuché decir que los profesores más exigentes, los docentes más firmes con nosotros, si bien no son los más apreciados en la adolescencia, ciertamente son los que recordamos con más cariño en la madurez.


Recuerdo vagamente, como en un sueño, a un profesor de física que (seguramente debido a que tenia media docena de hijos y su sueldo simplemente no le alcanzaba para darles una vida digna) te daba a entender que tenías que tomar clases particulares con el en su casa y, aparte de pagar el fee, llevarle quizás un regalito que ayude a su canasta familiar. Mis compañeros y yo íbamos en masa. Primero que nada, porque queríamos pasar de curso, y segundo, porque si intentabas pasar la materia por tu cuenta y no eras muy buena en materias abstractas (mi caso) no había forma en el planeta de que entiendas qué era lo que decía este señor. Gracias a Dios porque nunca necesité saber mayormente física. Lo mismo recuerdo casi como un dibujito a una profesora de matemática, con rulos gigantes y pelo bordó, que se sentaba en su escritorio a leer revistitas de Avon, mientras nos ordenaba que copiemos de la pizarra, una serie de números y operaciones de despeje, álgebra y demás que hoy son todo exactamente lo mismo para mí. No le podía interesar menos a esta pintoresca señora que nosotros aprendamos o no su materia. Se le notaba su decepción con su propia vida en cada poro de su ser.


Sin embargo, uno de los profesores cuya memoria tengo tan viva como si lo hubiera visto ayer, es el Lic. Alvarenga, mi profesor de Psicología en la secundaria. La mayoría de los maestros que marcaron quien soy me tocaron recién en la Universidad, pero una de las excepciones es sin duda el Lic. Alvarenga. Nunca más lo volví a ver después de terminar el colegio, pero hoy es como si estuviera sentada en su aula. Era tan chiquito que le decíamos “Llaverito”, y era uno de los docentes más carismáticos de mi colegio.


Llaverito entraba y comandaba silencio diciendo: “silencio, manga de burros, hoy no tengo paciencia para aguantar sus takuchiladas*”. Aparte de la hilaridad general, en serio nos callábamos. Este señor era creativo.


Nos hablaba sobre la psicología y sus inicios, sobre Freud, Maslow, el behaviorismo y el humanismo, la Gestalt, y demás; pero también nos preguntaba que vimos en las noticias últimamente, nos pedía nuestra opinión sobre tal o cual cosa (en una época donde el memorismo se mantenía como base primordial del método de enseñanza paraguayo). Y tenía un humor absolutamente fuera de lo común para nuestro país. El paraguayo no comprende la ironía. Se siente insultado por lo irónico. Y el Lic. Alvarenga decía: “a ver, Martínez, dígame que piensa sobre los rumores de una manifestación multitudinaria para pedir la renuncia del presidente Cubas. Pero qué esperanza la mía, qué le voy a preguntar a ud. Martínez, que seguro desayuna mandioca, almuerza mandioca y cena mandioca, y seguro su programa favorito es la novela Gata salvaje”. Y no me quedaba más que hacer que defender mi orgullo herido tratando de elaborar una respuesta decente.


Y es que Llaverito insistía en que la mandioca y su abundante cantidad de almidón y falta de otros nutrientes, como pilar fundamental de la alimentación nuestra, es una de las responsables de la tan mentada lentitud de reacción del paraguayo. Eso, y la falta de yodo que motivó inclusive una campaña nacional de consumisión de sal yodada y cápsulas de yodo (se acuerdan de Yodito?). La indolencia y dificultad de reacción y concentración de varias generaciones de mi pueblo tiene una explicación así de sencilla, y así de vergonzosa.


Y cuando nos quejábamos por cosas que nosotros permitíamos, o cuando hablábamos de que aumentó el pasaje o cosas así, el profe Llaverito nos decía: “y bueno, no hay ley que ampare al estúpido. Qué hacen ustedes para cambiar?”. Tantas veces lo dijo, y con tanta razón en todas las ocasiones, que esa frase nunca me dejó en todos estos años.


A los paraguayos nos abusan. Nos abusan los de arriba, y nos abusan los de no tan arriba que son abusados a su vez y se desquitan pisoteando al que puedan. Y así vamos en una cadena de pisoteadas hasta que el último de los menesterosos, de los abandonados del país es robado de su dignidad y de toda esperanza de ser tratado como un ciudadano con derechos y obligaciones.


Nos suben todo, menos los sueldos, y nos plagueamos, decimos que así no se puede mas, “opata la mundo”*, a donde vamos a parar…y tomamos un tereré, suspiramos lanzando un: “bueeeeenosairee…mba´e piko jajapota”* y bajamos la cabeza con servilismo y seguimos como si nada.


No hay ley que ampare al estúpido. Si no nos manifestamos, no va a pasar nada. Si no vamos a votar, van a ganar las mismas bestias de siempre, si no exigimos calidad y no denunciamos los productos vencidos, nos van a vender porquería, si no le pedimos a la gente que no tire su basura a la calle, vamos a seguir teniendo calles como chiqueros, si no pedimos a los canales que empiecen a pasar contenido que edifique, en lugar de morbo y pornografía suave, la población va a seguir hablando solo de morbo y pornografía suave. La pasividad de la nación es tanto o más desesperante que su escaso deseo de educación. Los que leen son burlados, los que compran libros son considerados “vyros”*, los que quieren tener conversaciones que no incluyan un baile del caño o el trasero de una fulana son aburridos. Los que intentan hacer algo nuevo que cambie el status quo son “tekoreí”.


Y hoy, que tenía intención de compartir cinco cosas que me ponen pirevaí, me encuentro pasmada mirando como Japón es asolado, y como se preparan con temor las naciones latinoamericanas de la costa del Pacífico, y acá lo primero que escucho es: “que suerte que esas cosas no existen en Paraguay”. Como si viviéramos en otro planeta. Uno donde la compasión por el prójimo se reduce a un “pobre anga*, y “que le vamos a hacer”. Tiemblo de solo pensar que puede pasar si tanta desidia, tanta indolencia se llegan a corporizar en algo que nos golpee tan fuerte que ni sepamos qué nos pasó.


Cuanta razón tenía, Lic. Alvarenga.


*takuchilada: en guaraní, acción movida por la calentura.
*opata la mundo: en jopará (mezcla de guaraní y español): “se va a acabar el mundo”.
* bueeeeenosairee…mba´e piko jajapota: expresión que indica que no queda nada por hacer.
*vyros: en guaraní, tontos.
*anga: pobrecito.
*tekoreí: que no tiene nada mejor para hacer.

2 comentarios:

Rochisol dijo...

pao comparto totalmente tu decidia, es mas q cierto lo q compartis y me uno contigo, un beso

ña pao dijo...

Ro, espero ciertamente que no compartas mi desidia!
Desidia: Negligencia, falta de cuidado o interés.

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