miércoles, 25 de julio de 2012

Unas palabras del esposo


Al inicio de mi matrimonio, yo estaba firmemente determinada a ser una esposa de libro de texto. La mejor versión posible de mi misma,  tenia la certeza absoluta de que si me esforzaba y ponía todas mis humanas fuerzas en ello, la mía iba a ser una unión conyugal donde todos los días partíamos hacia el atardecer montados en un fiel corcel blanco, el uno perdido en la mirada del otro.

Cual fue mi sorpresa al ir pasando los primeros meses y los años que siguieron al ver que atardecer mis polainas, el esposo llegaba a las 8 de la noche en un día que salió temprano, que las miradas se tenían que concentrar seriamente en las cuentas, facturas, documentos y tareas pendientes del hogar, y lo mas parecido a un corcel blanco fue nuestro perro Gardel, que lo ultimo que tenia era vocación de corcel, debido a  su irritante costumbre de tirarse al suelo y ofrecerte la panza para que le rasques al menor indicio de atención. 

Entonces y siempre en mi misión de ser la esposa perfecta, siempre que teníamos algún tipo de desacuerdo yo insistía enfáticamente que conversemos hasta llegar a un acuerdo o establecer la paz en el hogar. Y claro esta, las discusiones siempre surgían a eso de las 9 de la noche, porque jamas nos vimos en horas mas tempranas, a no ser que fuera un fin de semana. Esto tenia que ver con el conocido proverbio que dice "no dejes que el sol se ponga sobre tu enojo". Asi, cuando llegaba la noche y llegaba un desacuerdo, yo, por completo mortificada, emplazaba al esposo a discutirlo, revisarlo, analizarlo, confesarlo y disecarlo hasta que considere todo haya regresado a la normalidad. A veces esto significaba altas horas de la madrugada.

No recuerdo exactamente cuando deje de hacer eso. Tampoco recuerdo el día exacto que decidí que no había manera en el mundo en que yo fuera la esposa perfecta. Pero el otro día hablando con el esposo, el me confeso algo que fue una especie de revelación y no puedo dejar de compartir con ustedes. Asi que aquí, para beneficio de la humanidad en estado matrimonial, va:

-El odiaba quedarse hablando para resolver el problema.

Me explico, en palabras suyas "yo estaba cansado, lo que mas quería era dormir, y vos querías hablar hasta resolver que te dolió que te haya dicho que la sopita en sobre se te paso. No hubiera cambiado nada si dejábamos en paz el asunto y nos acostábamos a descansar".

Aquí estaba yo, tratando furiosamente de hablar hasta el ultimo detalle de nuestras vidas, porque estaba determinada a que el sol no se ponga sobre nuestro enojo, y lo único que estaba haciendo es irritar al esposo y hacerle sentir cada vez mas frustrado. Este santo varón jamas me dijo nada, hablo y hablo hasta que yo pase esa etapa, y hoy me entero de lo que representaba para el. Para el, que pone toda su confianza en mi, no cambia nada que esperemos a que los ánimos se calmen y estemos descansados para resolver una controversia. Es mas, lo prefiere.

Y, siendo muy franca con ustedes, creo que desde que rendí mis banderas y comencé a dejar de tener esas maratonicas sesiones de descarga, las cosas mejoraron bastante en el manejo de nuestros desacuerdos. Por alguna razón, las cosas siempre parecen mas gravosas, mas difíciles de resolver en la oscuridad de la noche. Al día siguiente, lo malo no parece tan malo y lo difícil no parece tan terriblemente difícil.

Pero por supuesto ese es nuestro caso. No soñaría con decirles a otros como vivir. Igual, pensé que deberían saber.

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