Para cuando el bebe?

Qué será lo que pasa dentro de nuestras cabezas, que los humanos no podemos conformarnos con un estado de quietud?

Ejemplo, cuando empezamos una comida, por riquísima que sea, pensamos en el postre, cuando vemos una película, empezamos a especular con el final, cuando plantamos una plantita, queremos ver las flores, vemos una serie donde los protagonistas se quieren y ya nos aburre, queremos tragedia, porque ver la felicidad ajena nos da demasiada envidia como para aceptarla durante mucho tiempo.

Algo más o menos parecido sucede con cierta gente que uno encuentra a partir del día uno del noviazgo a lo largo y ancho de la duración de tu relación.

Veamos, lo primero que pasa cuando anunciás que estás entrando en una relación seria es que surjan las clásicas consultas de “cuando se casan?” , cuando finalmente ponés una fecha de boda la pregunta es “cuando van a tener bebes?” y esta pregunta se magnifica al punto que, una vez consumada la boda, no van a dejar de preguntarte lo mismo ni aunque les expidas una certificado de infertilidad.

No que sea nuestro caso, pero el tema es que simplemente no pueden verte sin atacarte con el tema de los hijos. Es como que hay un chip de preservación de las conductas percibidas como reglamentarias que salta cuando alguien no está haciendo las cosas como se espera en una sociedad con x formas de comportamiento. Y les salta la tapa del cerebro, les explota la cabeza porque cuando te preguntan por los tan mentados “bebes” vos les decís tranquilamente (y últimamente, no tan tranquila, porque francamente se me está agotando la paciencia) que no, que estamos bien y todavía no planificamos tener chicos por unos cuantos años más. Es hasta simpático, mirar las caras de la gente cuando les respondés eso, porque rompe con la estructura que ellos tienen de lo que se supone que uno hace cuando se casa.

Y contestan de las más variadas formas, están los que se quedan descolocados y atinan a un “ahhh” y después se quedan sin tema de conversación, les siguen los que te dicen “está bien, hay que disfrutar el matrimonio” pero lo dicen sin mucha convicción, y están los que directamente te espetan “pero hay que tener hijos, no hay que esperar mucho porque se van a hacer viejos” y entonces te tomás el trabajo de asegurarles que estar en los veintes no es ser viejos, y que aún si llegaras a los treintas, la medicina hoy garantiza la natalidad de lo más bien a esa edad y mucho más, inclusive, y aquí va la joyita que me tocó escuchar el otro día “pero tienen que tenerlos, porque los hijos te sirven de compañía, después de viejos, uno necesita que alguien le sirva de apoyo”…

Ese día me quedé atontada por el desparpajo con el que me dijeron eso. Pero hoy tengo los pensamientos un poco ordenados como para sentar mi postura. Yo no quiero hijos para que me hagan compañía, no los quiero para perpetuar la raza y ciertamente no los quiero para que me sirvan de apoyo cuando sea vieja. Quiero hijos porque sea el tiempo, porque mi reloj biológico lo grite, porque mire a Hori y sepa en mi corazón que, a pesar de que será difícil, podemos darles un lindo hogar a nuestros chicos. Quiero hijos porque haya un propósito mucho más grande que el de generarme una fuente de compañía para mi vejez. Los hijos no son commodities para la jubilación, y no podemos escondernos detrás de ellos para justificar la pereza de no haber sembrado amistades verdaderas, o de no haber mantenido el amor en tu pareja, o de no haber trabajado para el ocaso de tus días y endilgarles el fardo a otros.

Pero francamente, ya no deberíamos desarrollar más originalidad a la hora de socializar con parejas de casados sin hijos? No podrían preguntar sobre si cocinamos juntos, si nos gusta la jardinería, si que opinamos del veto a la prolongación del mandato de Intendentes en el país? No, los casados sin hijos no tenemos derecho a hablar o a ser consultados de temas tales, no mientras no cumplamos las leyes de la naturaleza y reproduzcamos uno o dos especímenes y pasemos a hablar exclusivamente de ellos y sus encantadoras proezas, para cuando vamos a estar tan agotados con nuestras nuevas adiciones a la raza y las implicancias que vienen con eso, que no nos va a importar un huevo conversar sobre ninguno de esos temas. Y así nos va.

Señores, defendamos nuestra postura. No nos dejemos avasallar. Ya Mafalda mostraba un excelente ejemplo de respuestas de ubicación a preguntas inadecuadas. Preguntemos si la gente paga todos sus impuestos, o si donan a causas ambientalistas, o si tiran la basura por la ventana de su auto, si votó por Lugo o en contra (que ahora bien que nadie quiere hacerse cargo). Tendremos prole cuando queramos, no cuando ellos quieran, que al fin y al cabo, el trabajo de criarlos no lo van a hacer ellos, mis queridos.