Y como los hombres tienen toda una visión diferente en cuanto a básicamente todo en este mundo frente a la que tenemos las mujeres, no podía faltar el terreno de las compras, y hoy no voy a tocar el de las compras en general, hoy voy a hablar del supermercado.
Y es que para el macho de nuestra especie el supermercado puede significar dos cosas: un lugar espantoso con tantas cosas metidas dentro que no se decide porqué comprar que mejor lo compra todo, o un antro de castigo donde pasean mayormente señoras con ruleros y lentes gruesos y donde para peor de sus males, tiene que hacer fila entre estas señoras para pagar lo que se lleva.
Lo que unánimemente es igual para todos es la reacción del hombre cuando se les solicita su ayuda en la tarea herculiana de comprar algo para la casa del super, ya sea una esponja o una piña para hacer jugo. Hasta el día de hoy no conozco hombre que acepte con gusto semejante encomienda.
Es comprensible que, dado que nosotras somos de pensamiento integral y ellos son compartimentales, ya tengamos diferencia de reacción ante una misma situación; pero es la reacción en si lo que intriga y me desconcierta tanto que hasta hoy no puedo entender (una vez más) su mecánica de pensamiento. Veamos a un hombre, parado ante unas góndolas enviado por su mujer, madre, hermana, novia, como sea, para traer específicamente tres productos, pongámosle, fideos, queso rallado, y fruta. Ahora, el pensamiento masculino (jamás dilucidado o nos encontraríamos viviendo en el gozoso Paraíso) no comprende el concepto de “comprar lo justo”, porque no tiene una visión perimetral del manejo de una casa o de un presupuesto, para el caso. El simplemente no entiende que no se debe comprar ni demasiado de algo, ni tan poco que no justifique la ida al lugar de venta. Entonces nos encontraremos que aunque hayamos enviado a nuestro Cruzado con listita en mano de específicamente lo que necesitamos (y solamente eso, porque las mujeres pensamos en 30 días y ellos piensan al día, he ahí porqué los hombres solteros gastan más dinero en cosas que después no recuerdan), no señor, no es suficiente, porque en la mayoría de los casos, nuestro ilustre comprador obviará por completo la lista en cuestión, porque ningún hombre que se precie va a estar en un lugar público haciendo el papelón de consultar una listita de supermercado, qué se figuró usted. Entonces tenemos que si por algún milagro se acordó de dos de las cosas que tenía que comprar, comprará de esto como si nos estuviéramos preparando para un bombardeo nuclear y necesitáramos todo el fideo del planeta y toda la piña cosechada en los últimos días. Inútil explicar que la piña es un producto perecedero y que si se lleva en cantidades industriales, lo más probable es que termine arruinándose porque no podamos encontrar ni uso ni espacio para semejante cantidad, vaya a explicar eso a su abuela, malagradecida, encima que se le trajo lo que pidió. Y para completar la hazaña, dado que recuerda que había tres pedidos en la lista que miró fugazmente antes de entrar al supermercado y que le escuchó decir a usted las cosas que le pedía en esa lista; (le repetía como enajenada antes de que el vaya en su encargo “fideo, queso rallado y una piña, fideo queso rallado y una piña, no te olvides”) nuestro héroe recuerda que algo falta y que tiene solo dos tipos de productos en el carrito, entonces, para demostrar su diligencia, y que el no es menos, que se pensó, va a comprar todo lo que se le ocurra mientras pasee por las góndolas, y muchas pastillitas de menta, porque nunca se tienen suficientes pastillitas de menta o afines, por supuesto.
Y es que para el macho de nuestra especie el supermercado puede significar dos cosas: un lugar espantoso con tantas cosas metidas dentro que no se decide porqué comprar que mejor lo compra todo, o un antro de castigo donde pasean mayormente señoras con ruleros y lentes gruesos y donde para peor de sus males, tiene que hacer fila entre estas señoras para pagar lo que se lleva.
Lo que unánimemente es igual para todos es la reacción del hombre cuando se les solicita su ayuda en la tarea herculiana de comprar algo para la casa del super, ya sea una esponja o una piña para hacer jugo. Hasta el día de hoy no conozco hombre que acepte con gusto semejante encomienda.
Es comprensible que, dado que nosotras somos de pensamiento integral y ellos son compartimentales, ya tengamos diferencia de reacción ante una misma situación; pero es la reacción en si lo que intriga y me desconcierta tanto que hasta hoy no puedo entender (una vez más) su mecánica de pensamiento. Veamos a un hombre, parado ante unas góndolas enviado por su mujer, madre, hermana, novia, como sea, para traer específicamente tres productos, pongámosle, fideos, queso rallado, y fruta. Ahora, el pensamiento masculino (jamás dilucidado o nos encontraríamos viviendo en el gozoso Paraíso) no comprende el concepto de “comprar lo justo”, porque no tiene una visión perimetral del manejo de una casa o de un presupuesto, para el caso. El simplemente no entiende que no se debe comprar ni demasiado de algo, ni tan poco que no justifique la ida al lugar de venta. Entonces nos encontraremos que aunque hayamos enviado a nuestro Cruzado con listita en mano de específicamente lo que necesitamos (y solamente eso, porque las mujeres pensamos en 30 días y ellos piensan al día, he ahí porqué los hombres solteros gastan más dinero en cosas que después no recuerdan), no señor, no es suficiente, porque en la mayoría de los casos, nuestro ilustre comprador obviará por completo la lista en cuestión, porque ningún hombre que se precie va a estar en un lugar público haciendo el papelón de consultar una listita de supermercado, qué se figuró usted. Entonces tenemos que si por algún milagro se acordó de dos de las cosas que tenía que comprar, comprará de esto como si nos estuviéramos preparando para un bombardeo nuclear y necesitáramos todo el fideo del planeta y toda la piña cosechada en los últimos días. Inútil explicar que la piña es un producto perecedero y que si se lleva en cantidades industriales, lo más probable es que termine arruinándose porque no podamos encontrar ni uso ni espacio para semejante cantidad, vaya a explicar eso a su abuela, malagradecida, encima que se le trajo lo que pidió. Y para completar la hazaña, dado que recuerda que había tres pedidos en la lista que miró fugazmente antes de entrar al supermercado y que le escuchó decir a usted las cosas que le pedía en esa lista; (le repetía como enajenada antes de que el vaya en su encargo “fideo, queso rallado y una piña, fideo queso rallado y una piña, no te olvides”) nuestro héroe recuerda que algo falta y que tiene solo dos tipos de productos en el carrito, entonces, para demostrar su diligencia, y que el no es menos, que se pensó, va a comprar todo lo que se le ocurra mientras pasee por las góndolas, y muchas pastillitas de menta, porque nunca se tienen suficientes pastillitas de menta o afines, por supuesto.
Entonces llegará a casa con bolsas sospechosamente sobrecargadas para un pedido que era pequeño, con andares de haber curado la malaria en Africa y la mirará con pose de Indiana Jones mientras usted comprueba efectivamente, que se olvidó el queso rallado, pero trajo trapos para piso, esponjas, un trastito de plástico que no sabe exactamente para qué sirve y demás efectos como para el resto del año. Usted le pregunta, con toda la sutileza de la que es capaz: “te olvidaste el queso rallado?”. Y estalla la bomba: “encima que me fui y te traje todo te quejás, nunca se te da el gusto, no te vuelvo a hacer un favor” y ahí parte nuestro esforzado mártir, con aires de ofensa perdurable. Epico y muy entretenido, sin duda, pero razón suficiente para hacerse de tiempo y encargarse una misma de las compras en adelante, muchas gracias.