jueves, 23 de junio de 2011

Ña Pao, odalisca.

imagen vía google images
De todas las cosas que no soy, una de las cosas que más tajantemente no soy es disciplinada para el ejercicio. Esto viene a ser un poco decepcionante para mi papá, otrora velocista y ávido jugador de tenis. No sirvo mucho para los deportes, yo, nunca serví. Cuando era chica y teníamos obligadamente que elegir un deporte a la hora de Educación Física en la escuela, inevitablemente yo terminaba en el equipo de suplentes de handball, conocido recurso para ocupar a las chicas con algo mientras hasta el profesor se ponía a jugar futbol con los muchachos. Y si por algún milagro de la vida tenía que entrar a jugar (ya saben, todo el resto de las suplentes se lesionaron, era día de lluvia y se le rompió la mano a la cantinera a quien gustosamente hubieran puesto en lugar de ponerme a arriesgar a mi equipo en la cancha), entraba a hacer un aparatoso despliegue de incapacidad que resultaba en la hilaridad de todos los presentes. “Martínez, que descoordinada POR DIOS”, decía el profesor, mientras mis compañeras hacían todo lo que estuviese en su poder para JAMAS pasarme la pelota, porque invariablemente arruinaba cualquier jugada posible. Se me ha conocido por meter gol en contra, EN HANDBALL, por haber levantado los brazos gritando, con las piernas en posición de incubar un huevo y los ojos cerrados “no me pasen a mi, no me pasen a miiiii!!!!”, haciendo que la pelota rebote y caiga en el arco que supuestamente debería defender. Y bueno, una no puede ser perfecta en todo..


Así que considerando que una vez que pasan los 25 el cuerpo pierde el metabolismo de adolescente y ya no puedo comer como si fuera un barril sin fondo, y comienzan a sentirse las presiones varias, propias y de extraños, por estar en forma, me veo todo el tiempo obligada a buscar la manera de hacer algo por mi estado físico sin aburrirme mortalmente en el proceso -eso me pasa en el gimnasio- y manteniendo algún grado de disciplina que permita ver cierto resultado.


Es así como llegué, en una charla con dos de mis más fabulosas amigas (de esas que tenés vergüenza de pararte al lado. Bueno, alguien que sea menos caradura que yo, en todo caso) a escuchar que habían decidido tomar clases de danza árabe. Ahora, les tengo que confesar que mi mayor educación al respecto venía de capítulos de El Clon, una novela brasilera de O Globo que vimos allá por los 90, y de los bamboleos que Shakira hace hasta para vender huevos fritos, que embelesan a todos los caballeros. Los bamboleos, no los huevos fritos.


Entonces, y en la caradurez que trae la desesperación, decidí preguntar a mis amigas si habría lugar para mí en el grupo de la profe. Verán, son grupos cerrados, chicos, en la casa de la profe, que para mi es una de las mejores bellydancers* del país -ella dirá que no, pero es demasiado modesta-. Así es como me encontré un lunes en la sala de la profe, escuchando sonidos del Oriente, flexionando para mi primera clase..


Nos les voy a mentir, fue un desastre. Pero la paciencia amorosa de la profe me hizo no desistir definitivamente, y así llegamos a tres meses de clases. Me hace bien ir, la música te calma y salís de la clase completamente liviana, como si hubieras dejado todos tus líos ahí. Evidentemente no les comenté nada antes para evitar ilusionarles si es que me rendía ante mi completa inoperancia y dejaba las clases, pero la verdad es que estoy emocionada. Ya se que nadie más que el esposo podrá ser testigo de mis “talentos”, y creo que eso hasta me anima. No quisiera estar tratando de ser toda elongaciones y gracia y la gente partiéndose de risa.


Cada clase tiene una dificultad particular, pero creo que lo menos llevadero de todo sigue siendo mi descoordinación, que realmente a estas alturas debería tener algún reconocimiento internacional o algo por el estilo. No hay organizaciones que premian la descoordinación? Cómo que no? Que injusticia. Como voy por la vida sin echar todo lo que toco o sin caerme cada tres pasos es un misterio aún sin resolver..


Realmente la paciencia luego nunca fue una de mis virtudes, pero de hecho no solo no tengo paciencia con la gente, tampoco tengo conmigo misma.. y esta está siendo una feroz lección de paciencia. No voy a ser una bellydancer en una semana, ni en tres meses. Ahora apenas estamos logrando que no le sangren los ojos al que me ve bailar, pero si persisto, quién sabe y termino aprendiendo un arte que es hermoso y que al mismo tiempo quema calorías? Doble win.


Shukran!**


Pd: si quieren contactarse con la fabulosa Livia Cavallaro, que es mi profe, acá les dejo su fb.


*bellydancer: bailarina de danza árabe.
**gracias
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