viernes, 27 de agosto de 2010

Gardel, un tanguero calamitoso.

Para aquellos amigos de la casa que suelen aparecer por el blog, es bien conocido el afecto del esposo por los labradores. Es más, creo que salíamos del atrio de la iglesia con gente tirándonos arroz con sospechosa agresividad cuando me dijo “quiero tener un labrador”. El hombre no tenía problemas de que vivamos en un departamento grande como la caja de cartón de una heladera, ni de que vayamos a esperar años para siquiera empezar a planificar descendencia, no. El quería dejar bien claro que quería un perro, y no cualquier perro, un labrador. Si, una pareja recién casada que adopta un labrador rubio, un dechado de originalidad es, a veces, el esposo.

En síntesis, apenas se pudo concretar su venida, llegó a nuestras vidas Mateo, y así como llegó, se fue. Y puede sonar ridículo, pero recuperarnos de su partida fue una de las cosas más duras que atravesamos. Los meses pasaron y el departamento caja de heladera pasó a ser una casa con muchos más cuartos de los que podíamos llenar con nuestros escasos muebles de recién casados. También tenía mucho más espacio del que podía llenar nuestras voces. Hacía falta algo, y mi consorte, obstinado empedernido, sugirió considerar traer otro cachorro. Cuando me quise dar cuenta, llegó flamante desde Posadas Wafles, que aceptó contento la invitación para venirse a vivir a Asunción, pero hasta ahora ladra con acento argentino. Y como cuando bajás la guardia en algo que el otro quiere en el matrimonio estás frita, un día de agosto del año pasado viene Horacio y como quien no quiere la cosa, me dice:
-“la perra de mi compañera (si, ya sé que se puede leer muy mal, pero así fue) va a tener cachorritos, y me ofreció uno”   
-“pero si ya le tenemos a Wafles” dije yo
-“es una labradora, cruzada con un labrador”
AUCH, dolor de corazón, y una mirada suplicante. Perdí tristemente en todo intento de disuasión, y llegado el día, partimos a buscar al nuevo miembro de la familia.


lunes, 23 de agosto de 2010

Decimena que no nomás

Una de las características del paraguayo es su incapacidad para decir no. Hace poco pregunté en el programa porqué pensaban que era así, y una oyente me contestó lo que creo es la mejor respuesta que tuve al respecto hasta el día de hoy. Me dijo: "creo que es porque el paraguayo tiene un problema con respetar las decisiones ajenas que lo excluyan a él, porque lo hace sentirse despreciado, y el oriundo de esta tierra (por lamentables cuestiones históricas de abuso y quebrantamiento de dignidad que no voy a discutir hoy) es acomplejado de por si. Entonces si le decimos por ejemplo que no queremos ver a nadie este fin de semana, no por nada, sino por el simple hecho de querer estar solos, se picha y se enoja, y la gente no quiere hacerse cargo ni de la confrontación ni del enojo frente a nadie". La mayoría de los paraguayos no confronta, no discute, no defiende, no reclama. La dictadura o la represión están arraigados en su adn.

Recuerdo que para nuestra boda, el esposo y yo solicitamos humildemente la confirmación de asistencia, o el popular RSVP de la gente a la fiesta, por un tema de costo por persona, evidente. Lo predecible fue que el 98% nos dijo que “claro que vamos a estar ahí, por supuesto, más vale, e´a*”. Solo un 2 por ciento se animó a decirnos que no iba a estar, y les estuvimos muy agradecidos por la consideración de no forzarnos a pagar por ellos para que después su lugar en la fiesta sea ocupado por el vacío. Finalmente, tuvimos un porcentaje del 85% de asistencia, con una pérdida consecuente por la gente que nos juró, que "claro!", que "por supuesto", que más vale que iba a estar ahí y jamás fue. Y lo que más me dejó pasmada es algo que también es un rasgo característico de mis compatriotas. Ninguno, bajo ninguna circunstancia, intentó siquiera disculparse por mentir (si, MENTIR) diciendo que vendría. Ni una persona. Los que no fueron nos saludaron como si nada la próxima que nos vimos. Lo que ellos no sabían es que en mi listita de following mental, dejé de seguirlos.

Nos cuesta decir que no. Sea que te digan que van a ir a visitarte (“seee, metele nomás, el sábado voy a estar”, y te vas al pedo), sea que te digan que van a ir a verte (y cancelás otros compromisos y te quedás como idiota mirando la puerta por la que jamás llega tu visita), también es lo primero que la mayoría dice cuando se encuentra con gente que no ve hace mucho tiempo (-“tenemos que vernos!”, -“ya está! Te llamo en la semana para coordinar!” ambos saben que no va a pasar, pero se ven en la necesidad de mentir). A veces pasa que te metés en un lío porque te piden plata, y no tenés idea de cómo decir que no, aunque sabés que no hay peor enemigo de una amistad que el dinero de por medio… ahí te quedás plantado, esperando una devolución que nunca llega, porque la otra persona se olvida o se hace el ñembotavy*. Y nunca más podés mirarlo de la misma manera, dando como resultado que la amistad se quiebra, irremediablemente. Somos los peores clientes para telemarketing, porque si bien escuchamos pacientemente lo que nos ofrecen, hacemos que pierdan su tiempo y les decimos que si a todo, para después nunca más atender el teléfono.

Me olvidé la cantidad de veces que invité a gente a reuniones en mi casa y me juraron por la vida de su madre y sus antepasados que iban a estar ahí. Y la escena siguiente era yo, bañada y arreglada, con la mesa puesta y nadie más que mis pensamientos conmigo. También viene de ahí mi reluctancia a festejar mi cumpleaños, cuando por más años de los que quiero contar, intenté celebrar, solo para encontrar que mi petit soireé no juntaba más de 5 de las 20 personas invitadas.

Estaría bueno un poco más de honestidad. No brutal, para no herir susceptibilidades, que por mis lares están siempre a flor de piel, sino lo suficientemente prudente como para decir: “no, no voy a ir a tu fiesta, pero gracias por invitar, que pases bien”. Decime que no, no vas a llegar a tiempo para esa hora, que no vaya a esperarte. Decime que no me vas a volver a arreglar más tarde lo que dejaste sin terminar (todavía esperamos al electricista que prometió que volvía a la tarde, seis meses atrás). Decime que no, gracias, pero que preferís no intentar lo que te sugiero, así no pierdo mi tiempo con vos y puedo invertir en alguien a quien le interese. No estaría mal dejarnos crecer la barba de la personalidad, y decir sin miedo que no, no quiero, no puedo, no tengo ganas, no hago eso, no me gusta. Personalmente, no me enojo, es más, te estaría agradecida.


*e´a: expresión en guaraní que denota ofensa o sorpresa ante algo inverosímil.
*ñembotavy: expresión en guaraní que indica que alguien se hace el tonto, a conveniencia.
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